El camino del amor...Sólo el que ama es feliz.





Hay muchos caminos que conducen a diferentes lugares, pero el único que nos conduce al cielo se llama: JESÚS (Juan 14:6)






martes, 4 de diciembre de 2012

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. (Mt 11, 28)


Cuántas veces al sentirnos cansados o agobiados en vez de acudir a Jesús nos quedamos solos. ¡Es que nos han enseñado que para presentarnos ante Jesús tenemos que ser dignos, puros! Entonces cuando me agobia mi pecado, o mi duda, o mis propias incoherencias o las dificultades de la vida, cuando siento que no soy capaz de amar, me alejo. Pienso que tengo que presentarme ante Jesús con las cosas resueltas. A cuántas personas, por ejemplo, les cuesta rezar cuando están enojadas, o cuando sienten rencor, o deseos de venganza. Les parece que así no pueden ir a Jesús y que tienen que solucionar el tema ellas solas en vez de darse cuenta de que es justamente en contacto con Jesús como van a poder llevar el yugo y la carga, porque solo Él la hace liviana y finalmente nos libera.
Otros se alejan de Jesús cuando sienten que no está “cumpliendo”, como si el encuentro con Jesús dependiese de cumplir normas y reglas. Confunden la copa con el vino. Y sin embargo Jesús se nos ofrece siempre, y con más razón cuando estamos necesitados por cualquier motivo. Ya lo dijo hasta el cansancio, vino para los pecadores, para los enfermos, para las ovejas extraviadas, pero nosotros seguimos pensando al revés.

Sentir que Jesús es un amigo en el cuál puedo apoyarme cuando estoy cansada y agobiada, cuando se debilita mi fe o mi pecado me avergüenza. Que puedo volver siempre, como lo hizo el hijo pródigo, no porque estaba arrepentido si no porque tenía hambre y allí estaba el Padre esperándolo con los brazos abiertos, sin siquiera dejarle pedir perdón, sin ponerle condiciones ni ponerle penitencia alguna, al contrario, haciendo una fiesta. ¡Qué maravilla!
Lo buenoo, al menos para mí,fue cuando me di cuenta de que las cosas eran al revés de lo que me las habían enseñado. No tengo que ser buena para que Jesús me ame, es el amor de Jesús el que me hace querer ser buena. Es sentirme amada así, incondicionalmente, gratuitamente, lo que despierta en mí el deseo de amar y ser mejor persona, aún a pesar de mis debilidades y de mi pecado. Quizás lo que nos falte es ser menos “sabios y prudentes” y hacernos pequeños, sencillos, como niños para poder entender el mensaje de este Jesús que siempre nos está sorprendiendo. De este Jesús que es manso y humilde de corazón y nos invita a imitarlo.