El camino del amor...Sólo el que ama es feliz.





Hay muchos caminos que conducen a diferentes lugares, pero el único que nos conduce al cielo se llama: JESÚS (Juan 14:6)






jueves, 31 de diciembre de 2009

Yo estoy a la puerta

Un hombre había pintado un lindo cuadro. El día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas, y mucha gente, pues se trataba de un famoso pintor, reconocido artista. Llegado el momento, se tiró el paño que velaba el cuadro. Hubo un caluroso aplauso.
Era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si adentro de la casa alguien le respondía.
Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Un observador muy curioso, encontró una falla en el cuadro. La puerta no tenía cerradura.
Y fue a preguntar al artista:
_“¡Su puerta no tiene cerradura! ¿Cómo se hace para abrirla?“.
El pintor tomó su Biblia, buscó un versículo y le pidió al observador que lo leyera:
Apocalipsis 3, 20:
"He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré á él, y cenaré con él, y él conmigo.”
_”Así es”, respondió el pintor. “Ésta es la puerta del corazón del hombre. Solo se abre por dentro.”
Abramos nuestro corazón al amor, a DIOS.
Cambiemos, aun estamos a tiempo.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Si te Escondes de Dios

Estaba pensando que muchos de nuestros mejores momentos los perdemos escondiéndonos de Dios. Quizás creamos que esto no es así, y que en realidad pasamos mucho más tiempo buscándole y que muchas veces no le encontramos pero, si nos detenemos un momento a pensar detenidamente en nuestro día, veremos que más son los momentos que nos escondemos de Dios que los que le buscamos.


Podemos preguntarnos y decir: ¿por qué yo me escondería de Dios? Ah,... ¿por qué se escondió Adán? ¿Cuál fue la razón que lo llevó a ocultarse? Por mucho tiempo solo tuvo del Señor cuidados y amor, ¿qué lo llevó a ocultarse? Todo lo que lo rodeaba le había sido dado, aun había sido suplido en su soledad, ¿por qué se ocultó de El? El temor, primero, por el pecado, por haber sido desobediente. Antes lo compartía todo ahora no quería compartir esa acción. Sus palabras descubrieron sus actos, “tuve miedo, y me escondí”. ¿Por qué debemos tener miedo de Dios? A veces me pregunto ¿pero, si ni siquiera me ocultó a su hijo, su bien mas preciado? Sin embargo me paso mas parte del día pensando en si estoy bien oculto. ¿Acaso tu crees que no?

Mucho es el tiempo que perdemos escondiéndonos de El, olvidando que El, ya lo proveyó todo, que hoy podemos entrar en Su Presencia sin temor, que a pesar de nuestra debilidad hoy tenemos pieles eternas para cubrirnos, tenemos su sangre porque de la misma manera que en el Edén, hoy sigue amándonos y mostrándonos cuanto nos ama, que quizás en realidad lo que no alcanzamos hoy es solo porque en nuestro afán de escondernos caminamos en la oscuridad, cuando El nos quiere hacer andar a su luz. Tal vez sería bueno que saliéramos de nuestros escondites y le dijéramos:
"Señor, he pecado,
Señor no alcanzo,
Señor no puedo, o
Señor no me siento digno, estoy desnudo y solo quiero esconderme", o como Pedro decirle:
"Apártate de mi que soy un hombre pecador", o simplemente:
"Sálvame Señor porque perezco",
Quizás eso nos daría la posibilidad de caminar en su luz, pues en sus ojos ya estamos.

Aunque pensemos que podemos escondernos de El, eso es imposible, y sencillamente es imposible porque El nos ama de tal manera que aun en nuestro más horrible pecado no puede dejar de vernos a través del velo de la carne y cubiertos por la sangre, ¿tu puedes entender eso? No necesitas hojas de higuera para cubrirte, no tienes necesidad de esconderte, El ya proveyó tus vestidos, tu cubierta. Entiendo el corazón de Dios en una pequeña parte pues soy madre, y amo a mis hijos y no importa lo que hagan siempre hay un lugar más para amarlos en sus errores, aunque me duelan y me dañen... son mis hijos, eso no cambiará nunca. Hoy son ya adolescentes, hombres, y todavía cuando los miro parece que los veo cuanto tenían apenas unos años, y me arrancan sonrisas a pesar de sus equivocaciones, y quisiera que nunca tuvieran que sufrir ni tener necesidad, y a veces casi muda los veo equivocarse y sé que van a tropezar pero callo para estar allí cuando necesiten levantarse.
Tal vez, pienses que soy una buena madre, yo te digo que no, que soy insuficiente, que también lucho con mis errores y mis equivocaciones, y a veces también me escondo, pensando que no verá mis equivocaciones o pecados pero, ¿sabes? lo que me alienta es saber justamente que Él los vé, y que si yo naturalmente siendo un hombre malo trato de hacer lo bueno, cuanto más El, que todo en El es amor, que a pesar de todo sigue todavía proveyéndome para que en cada equivocación regrese y en cada caída me levante, por eso te digo que el mejor momento a veces lo perdemos escondiéndonos pues si no nos escondiéramos en esos momentos de error y pecado y saliéramos a El mostrando nuestras miserias, no encontraríamos juicio sino paciencia, no sentiríamos azotes sino caricias y en medio de nuestras lágrimas veríamos las suyas entremezcladas con las nuestras y sentiríamos sus brazos abrazándonos y vistiéndonos.

Tal vez, sea el tiempo de dejar de escondernos pues al fin El nos conoce tal cual somos y no hay nada que le podamos ocultar y por si no lo sabías NOS AMA y nos amó desde el principio, así sin más y quiere ayudarnos a cubrir nuestra desnudez...

martes, 29 de diciembre de 2009

EN ESTA NAVIDAD Y SIEMPRE...

Tómate de la mano de Jesús
cuando estés desorientado.
Él estará encantado de ayudarte a tomar decisiones
Pisa sobre las huellas de Jesús cuando estés perdido,
Él estará encantado de ser tu guía.
Súbete a los hombros de Jesús cuando estés agotado,
Él estará encantado de llevarte
alzado para que descanses.
Camina Junto a Jesús cuando necesites un amigo.
Él estará encantado de ser tu confidente.
Apóyate en el hombro de Jesús cuando estés triste,
Él estará encantado de ser tu consuelo.
Pídele ayuda a Jesús cuando te sientas débil,
Él estará encantado de ser tu fuerza.
Invita a Jesús a tu corazón cuando estés contento,
Él estará encantado de compartir tu alegría
y sobre todo,
no te olvides de Él cuando necesites Amor
porque solo POR AMOR
vino a éste mundo y su Amor
dura para siempre.

CAMINANDO SOBRE EL AGUA

A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo “tranquilícense, soy yo; no teman”. Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. “Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca comenzó a caminar sobre el agua en dirección hacia a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.


Como el joven rico, Jesús me dice “Ven, sígueme”, camina hacia mí. Debemos dejar la barca, las seguridades, y lanzarnos al mar inestable y tempestuoso. Pedro abandonó todo aquello a lo que el corazón podía apegarse y se echó a caminar sobre el tempestuoso mar. En las palabras de Pedro está la clave: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Si no era Jesús, el error más descomunal que Pedro habría podido cometer hubiera sido dejar la barca. Pero, por otro lado, si ciertamente era a Él, debía abandonarlo todo, a fin de salir en pos de Jesús.

Podemos pensar que Pedro actuó de modo impaciente e impulsivo; o creer que su proceder fue fruto de un anhelo profundo por su Señor amado, un intenso deseo de estar cerca de él. Vio a su Señor andando sobre las aguas y se sintió impulsado por el deseo de andar con Él, y su deseo fue legítimo; grato al corazón de Jesús.

Además, ¿no actuó bajo la autoridad de su Señor al dejar la barca? Ciertamente que sí. La voz de Jesús —”ven”— alcanzó su corazón y lo hizo salir de la barca para ir a su encuentro. La presencia viva y sentida de Cristo constituía la fuerza para poder avanzar en el agua. Sin esa orden, él no se habría atrevido a partir; sin esa presencia, no habría podido avanzar. Era algo extraño, pero Pedro se animó a caminar… El primer paso es animarse, decir sí. Nuestro deseo se une a la fuerza de Jesús, que nos invita. Estamos aqui porque queremos seguirte, porque queremos volver a decir sí, y vivir tu Voluntad en el amor.

Cuando los problemas nos abruman o las noticias nos desalientan, cuando estamos en medio de situaciones que nos angustian o agotan, Jesús, en forma inesperada, nos invita a caminar sobre las aguas y enfrentar la tempestad. A ser signos de su presencia en el mundo. Caminar sobre los mares es una invitación a que cada uno de nosotros y nosotras se transforme en un signo de la presencia de Cristo en medio de las tormentas.

Para emprender este camino necesitamos de lo único realmente necesario: tener fe. Necesitamos mirar a los ojos de Jesús como Pedro, fijar la mirada en Él y enamorarnos totalmente de su proyecto para nosotros. Caminamos con la certeza del amor de Dios, de su amor infinito y misericordioso. Él nos dice: “Tranquilícense, soy yo, no teman”. Estoy aquí.
Sin embargo, Pedro se hunde, ¿por qué? ¿Fue porque dejó la barca? No, sino por dudar desde el principio. El relato nos dice que él no estaba seguro de que era Jesús y le pide una señal: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Muchas veces nos sentimos inseguros acerca de si lo que hemos sentido u oído proviene realmente del Señor. ¿Cómo va mi fe cuando las cosas se hacen difíciles? ¿Tengo confianza en el proyecto de Dios? ¿Qué hago con mis dudas?

Por otro lado, Pedro se deja dominar por el miedo y deja de mirar a Jesús: “Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!”. Su error consistió en mirar la fuerza del viento y de las olas, en mirar a su alrededor en vez de clavar la mirada en Jesús. Ni bien apartemos nuestros ojos de él, comenzaremos a hundirnos. La fe puede caminar sobre las más agitadas aguas; la incredulidad no lo puede hacer sobre las más calmas.

¿En qué ponemos la mira? ¿Es el firme intento de nuestro corazón estar lo más cerca posible de Jesús? ¿Deseamos de verdad una comunión más estrecha y más plena con Él? ¿Es Él suficiente

El camino no es fácil y caeremos mil veces, como Pedro. Sin embargo, ¿esta caída prueba que Pedro hizo mal en obedecer el llamado del Señor? ¿Acaso Jesús le reprochó que hubiese dejado la barca? No. Jesús no podía decirle a su discípulo que viniera, y luego reprenderlo por haberlo hecho. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo. Jesús se compadece de la debilidad de Pedro, le extiende la mano y lo estrecha en sus brazos.

Dios “besa” la realidad humana y nos da la fuerza que necesitamos para levantarnos después de las caídas. Nos regala su infinita misericordia y nos vuelve hombres nuevos. Sólo espera nuestro grito, nuestro pedido de perdón: “Señor, sálvame”.

No es fácil pero tenemos la certeza que la mano de Jesús está extendida para auxiliarnos. Este episodio de Pedro nos manifiesta un Dios que se hace próximo y que camina junto con nosotros sobre las aguas de nuestros conflictos y nuestros miedos. Pedro estuvo acertado en dejar la barca; y, aunque resbaló en esa senda, ello no hizo más que conducirlo a tomar mayor conciencia de su propia debilidad e insignificancia, como así también de la gracia, del amor y de la misericordia de su Señor.

Si caminamos hacia Jesús es solamente gracias a su fuerza, nuestros méritos no son obra nuestra. ¿Cuántas veces lo creemos así?

El único modo de salir victoriosos es fijar la mirada en Él y no tener miedo. Si caemos al agua, en la desesperanza, la desconfianza, el pecado, no hace falta más que pedir ayuda, reconocer nuestra pequeñez, nuestra impotencia y debilidad. Él nos tenderá su mano y nos reincorporará en el camino. Su respuesta es un tierno reproche: “¿Hombre de poca fe, por qué dudaste?” y nos estrecha en sus brazos y calma los vientos.


Hoy, como a Pedro, Jesús nos insta a abandonar nuestras esperanzas terrenales y todas nuestras seguridades humanas. Su voz puede oírse mucho más fuertemente que el estruendo de las olas y los rugidos de la tempestad, y esa voz nos dice: “¡Ven!”. ¡Accedamos de todo corazón a su llamada!