El camino del amor...Sólo el que ama es feliz.





Hay muchos caminos que conducen a diferentes lugares, pero el único que nos conduce al cielo se llama: JESÚS (Juan 14:6)






jueves, 28 de abril de 2011

Salmo 151

Señor, aquí estoy,
tengo miedo, pero se que tu me cuidas
y no me pides nada que no sea capaz de darte.

Quiero confiar en ti y dejarme guiar tan solo por tus pasos...
pero me pierdo en mis cosas,
quiero controlarlo todo por si acaso sale mal,
y me olvido que tu lo puedes todo,
que no hay nada por pequeño que sea
que se escape a tu mirada.
Me cuesta creer que si te dejo tu me darás lo que necesito,
porque conoces mejor que yo lo que me hace falta.

Quiero abandonarme en tus manos y no temer nada,
quiero dejar de asegurarme de todo,
quiero dejar atrás mis miedos que me impiden mirarte a los ojos;
porque nada es imposible para ti;
porque tu estás conmigo invitándome a volar".

martes, 19 de abril de 2011

LA ORACIÓN EN LA AGONÍA DE GETSEMANÍ

 Después de la Última Cena, Jesús tiene una inmensa necesidad de orar. Su alma está triste hasta la muerte. En el Huerto de los Olivos cae abatido: se postró rostro en tierra, precisa San Mateo. "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea yo como quiero, sino como quieres Tú". En Jesús se unen a la tristeza, un tedio y una angustia mortales.
Buscó apoyarse en la compañía de sus amigos íntimos y los encontró durmiendo; pero, entre tanto, uno no dormía; el traidor conjuraba con sus enemigos. Él, que es la misma inocencia, carga con los pecados de todos y cada uno de los hombres, y se ofreció, con cuánto amor, como Víctima para pagar personalmente todas nuestras deudas... y de cuántos solo recibe olvido y menosprecio.
¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna! En nuestra vida puede haber momentos de profundo dolor, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de la Agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos nos enseña a abrazar la Voluntad de Dios, sin poner obstáculo alguno ni condiciones, aunque por momentos pidamos ser librados, con tal de que así pudiésemos identificarnos con la Voluntad de Dios. Debe ser una oración perseverante.
 Hemos de rezar siempre, por nosotros y por la Iglesia; pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar, cuando la lucha se hace más dura; abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo: "solo me condeno; con Dios me salvo" decía San Agustín.
Nuestra meditación y oración diaria, siempre a través de la Santísima Virgen, para poner el corazón con el de Ella en Dios, siendo verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme: "vigilad y orad para que no caigáis en tentación..." Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si nos descuidáramos perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para combatir y dar testimonio de la Verdad.
Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria:

"Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras ( Clemente XI)".