Nuestras almas son como pasajeros que están dentro de un tren que llamamos vida , cada tren recorre diferentes caminos pero con el tiempo todos llegan a un mismo destino.
Partimos de un lugar llamado la estación de la vida , sabemos que nuestro destino es la ciudad llamada eternidad , donde hay calles de oro y mar de cristal , una ciudad de verdad muy hermosa y que solo la conocen aquellos que dejan la estación llamada vida y que saben conducir muy bien su tren.
Porque para llegar a la ciudad llamada eternidad , hay que conocer el camino que nos lleva a ella , y aunque existen muchos railes por donde puede rodar nuestro tren solo existe un solo camino hacia esa hermosa ciudad y ese camino se llama Jesús.
Por desgracia muchas veces nos distraemos por lo largo de nuestro viaje y tomamos vías que nos alejan del camino principal hacia nuestro destino.
Esas vías tienen diferentes nombres pero llevan a un solo camino que se llama pecado , y si entramos en ese camino y no paramos nuestro tren a tiempo , podríamos alejarnos para siempre de el camino que nos lleva a la ciudad llamada eternidad.
Gracias a Dios en nuestro tren no viajamos solos , y siempre hay personas que se suben y bajan en diferentes paradas y nos ayudan a encarrilar nuestro tren cuando hemos perdido el control del mismo.
Solo debemos estar atentos y escuchar sus consejos aunque muchas veces no nos gusten , ya que cuando nos hacemos sabios en nuestra propia opinión es como si nos atáramos de pies y manos , de esa forma no podemos conducir bien nuestro tren y podríamos estrellarnos , la única forma de liberarnos de esa atadura argumental es con la verdad , ya que ella nos hará libres solo si la sabemos escuchar.
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