El camino del amor...Sólo el que ama es feliz.





Hay muchos caminos que conducen a diferentes lugares, pero el único que nos conduce al cielo se llama: JESÚS (Juan 14:6)






martes, 29 de diciembre de 2009

CAMINANDO SOBRE EL AGUA

A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo “tranquilícense, soy yo; no teman”. Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. “Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca comenzó a caminar sobre el agua en dirección hacia a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.


Como el joven rico, Jesús me dice “Ven, sígueme”, camina hacia mí. Debemos dejar la barca, las seguridades, y lanzarnos al mar inestable y tempestuoso. Pedro abandonó todo aquello a lo que el corazón podía apegarse y se echó a caminar sobre el tempestuoso mar. En las palabras de Pedro está la clave: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Si no era Jesús, el error más descomunal que Pedro habría podido cometer hubiera sido dejar la barca. Pero, por otro lado, si ciertamente era a Él, debía abandonarlo todo, a fin de salir en pos de Jesús.

Podemos pensar que Pedro actuó de modo impaciente e impulsivo; o creer que su proceder fue fruto de un anhelo profundo por su Señor amado, un intenso deseo de estar cerca de él. Vio a su Señor andando sobre las aguas y se sintió impulsado por el deseo de andar con Él, y su deseo fue legítimo; grato al corazón de Jesús.

Además, ¿no actuó bajo la autoridad de su Señor al dejar la barca? Ciertamente que sí. La voz de Jesús —”ven”— alcanzó su corazón y lo hizo salir de la barca para ir a su encuentro. La presencia viva y sentida de Cristo constituía la fuerza para poder avanzar en el agua. Sin esa orden, él no se habría atrevido a partir; sin esa presencia, no habría podido avanzar. Era algo extraño, pero Pedro se animó a caminar… El primer paso es animarse, decir sí. Nuestro deseo se une a la fuerza de Jesús, que nos invita. Estamos aqui porque queremos seguirte, porque queremos volver a decir sí, y vivir tu Voluntad en el amor.

Cuando los problemas nos abruman o las noticias nos desalientan, cuando estamos en medio de situaciones que nos angustian o agotan, Jesús, en forma inesperada, nos invita a caminar sobre las aguas y enfrentar la tempestad. A ser signos de su presencia en el mundo. Caminar sobre los mares es una invitación a que cada uno de nosotros y nosotras se transforme en un signo de la presencia de Cristo en medio de las tormentas.

Para emprender este camino necesitamos de lo único realmente necesario: tener fe. Necesitamos mirar a los ojos de Jesús como Pedro, fijar la mirada en Él y enamorarnos totalmente de su proyecto para nosotros. Caminamos con la certeza del amor de Dios, de su amor infinito y misericordioso. Él nos dice: “Tranquilícense, soy yo, no teman”. Estoy aquí.
Sin embargo, Pedro se hunde, ¿por qué? ¿Fue porque dejó la barca? No, sino por dudar desde el principio. El relato nos dice que él no estaba seguro de que era Jesús y le pide una señal: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Muchas veces nos sentimos inseguros acerca de si lo que hemos sentido u oído proviene realmente del Señor. ¿Cómo va mi fe cuando las cosas se hacen difíciles? ¿Tengo confianza en el proyecto de Dios? ¿Qué hago con mis dudas?

Por otro lado, Pedro se deja dominar por el miedo y deja de mirar a Jesús: “Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!”. Su error consistió en mirar la fuerza del viento y de las olas, en mirar a su alrededor en vez de clavar la mirada en Jesús. Ni bien apartemos nuestros ojos de él, comenzaremos a hundirnos. La fe puede caminar sobre las más agitadas aguas; la incredulidad no lo puede hacer sobre las más calmas.

¿En qué ponemos la mira? ¿Es el firme intento de nuestro corazón estar lo más cerca posible de Jesús? ¿Deseamos de verdad una comunión más estrecha y más plena con Él? ¿Es Él suficiente

El camino no es fácil y caeremos mil veces, como Pedro. Sin embargo, ¿esta caída prueba que Pedro hizo mal en obedecer el llamado del Señor? ¿Acaso Jesús le reprochó que hubiese dejado la barca? No. Jesús no podía decirle a su discípulo que viniera, y luego reprenderlo por haberlo hecho. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo. Jesús se compadece de la debilidad de Pedro, le extiende la mano y lo estrecha en sus brazos.

Dios “besa” la realidad humana y nos da la fuerza que necesitamos para levantarnos después de las caídas. Nos regala su infinita misericordia y nos vuelve hombres nuevos. Sólo espera nuestro grito, nuestro pedido de perdón: “Señor, sálvame”.

No es fácil pero tenemos la certeza que la mano de Jesús está extendida para auxiliarnos. Este episodio de Pedro nos manifiesta un Dios que se hace próximo y que camina junto con nosotros sobre las aguas de nuestros conflictos y nuestros miedos. Pedro estuvo acertado en dejar la barca; y, aunque resbaló en esa senda, ello no hizo más que conducirlo a tomar mayor conciencia de su propia debilidad e insignificancia, como así también de la gracia, del amor y de la misericordia de su Señor.

Si caminamos hacia Jesús es solamente gracias a su fuerza, nuestros méritos no son obra nuestra. ¿Cuántas veces lo creemos así?

El único modo de salir victoriosos es fijar la mirada en Él y no tener miedo. Si caemos al agua, en la desesperanza, la desconfianza, el pecado, no hace falta más que pedir ayuda, reconocer nuestra pequeñez, nuestra impotencia y debilidad. Él nos tenderá su mano y nos reincorporará en el camino. Su respuesta es un tierno reproche: “¿Hombre de poca fe, por qué dudaste?” y nos estrecha en sus brazos y calma los vientos.


Hoy, como a Pedro, Jesús nos insta a abandonar nuestras esperanzas terrenales y todas nuestras seguridades humanas. Su voz puede oírse mucho más fuertemente que el estruendo de las olas y los rugidos de la tempestad, y esa voz nos dice: “¡Ven!”. ¡Accedamos de todo corazón a su llamada!

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